Hacia muchos siglos atrás un impero grande plagado se cisnes era respetado, era ponderado y era el dueño de todo lo que a su larga distancia el Rey podía ver. Extensos kilómetros de tierras y buenaventura plagaba en aquel lugar.

Una noche, El Rey, había sucumbido a las garras del destino. El Rey había dejado a la deriva a todas aquellas mujeres que sus plumajes eran tan blancos como la nieve, tan puros e ingenuos; los más cobardes huyeron despavoridos.

Hacia muchos siglos atrás un impero grande plagado se cisnes era respetado, era ponderado y era el dueño de todo lo que a su larga distancia el Rey podía ver. Extensos kilómetros de tierras y buenaventura plagaba en aquel lugar.

Una noche, El Rey, había sucumbido a las garras del destino. El Rey había dejado a la deriva a todas aquellas mujeres que sus plumajes eran tan blancos como la nieve, tan puros e ingenuos; los más cobardes huyeron despavoridos.